
La banda argentina se presentará este 21 de septiembre en el marco del festival Burgerpalusa que se celebrará en el Hipódromo del barrio porteño de Palermo.
El sábado 27 de septiembre, Cultura del Sur se convertirá en un templo ricotero con la propuesta multisensorial que combina teatro, música en vivo, archivo inédito e historias compartidas.
MÚSICA 23 de septiembre de 2025“Una Obra Redonda” invita a revivir la energía de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en un rito colectivo que cruza memoria y rock nacional.
La leyenda ricotera no muere nunca, se transforma. Y ahora vuelve en formato escénico con una intensidad que promete conmover: “Una Obra Redonda” desembarca en Temperley para reconstruir, desde el escenario, la pasión y la energía de Los Redondos. Lo hace como lo que es: un documental vivo, con banda en escena, más de 15 actores, imágenes inéditas y un relato cronológico que viaja de 1976 a 2001.
La propuesta es simple de enunciar, pero enorme en su despliegue: revivir 25 años de historia musical y social a través de canciones, textos, imágenes y cuerpos en movimiento. En la Avenida Meeks 1066, el Teatro Ricotero convertirá la noche del 27 de septiembre en un rito compartido: una misa laica de rock nacional.
Una experiencia sensorial y política
El espectáculo no busca dar una versión oficial de la historia, porque Los Redondos nunca tuvieron una. Lo que propone es una reconstrucción sensible, cronológica y colectiva: fragmentos de archivo, canciones en vivo, escenas teatrales y relatos que pintan tanto la vida de la banda como la del país que la escuchaba.
Fernando Casas, autor y guionista, lo define como “un documental en vivo”, un mapa que recorre ensayos, recitales y contextos de dictadura, democracia, crisis y resistencias. La línea temporal no es un capricho: es la forma de mostrar cómo Patricio Rey fue también un reflejo de los dolores y los placeres de una generación.
La obra suma además la complicidad de artistas como el mítico Rocambole, que aportó materiales inéditos, y se nutre del trabajo de un equipo que hace cuatro años recorre salas y barrios del AMBA con funciones agotadas y un público que llega de distintas latitudes con la misma devoción ricotera.
La puesta no se queda en la evocación sentimental.
Cada cuadro está pensado como un impacto multisensorial: riffs en vivo, danza, proyecciones, imágenes de archivo, voces que guían y remueven recuerdos. El resultado es un torbellino emocional que alterna bronca, goce, ternura y comunión.
Temperley como escenario y tribu
El recorrido de la obra incluye salas como La Trastienda, el Margarita Xirgu, el Coliseo de Lomas y el microestadio de River. Cada fecha suma una marca en el mapa ricotero y confirma el boca en boca que sostiene la producción. Pero la función en Temperley tiene un valor particular: el Conurbano como escenario, el público local como protagonista y el tejido cultural del sur bonaerense como anfitrión.
La producción subraya que la propuesta no es solo un show, sino una ceremonia comunitaria. En palabras de Leonardo Melis, productor artístico, “nuestro propósito es conmover, estar en cada detalle para que el público vuelva a sentir todo aquello que le pasó y le pasa con Los Redondos”.
El espectáculo se entrelaza también con intervenciones en el espacio público: placas en Racing y River, murales, esculturas, homenajes en bares y plazas. Una forma de extender la memoria ricotera más allá del escenario y de inscribirla en la geografía urbana como testimonio de una identidad compartida.
El 27 de septiembre a las 21 horas, Cultura del Sur abrirá sus puertas como santuario ricotero. Y la invitación no es solo a mirar: es a ser parte, a cantar, a llorar, a bailar, a reconocerse en una tribu que nunca desapareció.
El cierre promete una catarsis compartida. Porque si algo sintetiza la experiencia ricotera es que nadie vive estas historias en soledad. Como escriben desde la producción: “Ya no estás solo, estamos todos en naufragar”.
La noche en Temperley será entonces mucho más que un espectáculo. Será un acto de memoria popular, un reencuentro con las canciones y los gestos que marcaron a varias generaciones. Una oportunidad para que quienes alguna vez sintieron el vértigo de un pogo ricotero, vuelvan a respirar esa intensidad. Y para que quienes llegan nuevos, entiendan de qué se trata esa pasión que, como la historia misma, nunca termina.
“Una Obra Redonda” no es nostalgia: es memoria activa, un rito que vuelve presente la historia ricotera.
La herida luminosa que sigue ardiendo
Hay cosas que no se explican, se sienten en la piel como un tatuaje invisible. Los Redondos son eso: el golpe en el pecho cuando arranca un riff, la multitud que se reconoce en la oscuridad, la sensación de que no estás solo en el naufragio. Lo que llega ahora a Temperley con Una Obra Redonda no es un homenaje ni un espectáculo: es un recordatorio brutal de que hay pasiones que no entienden de calendarios.
Los Redondos fueron mucho más que canciones: fueron el espejo donde se miró un país que estaba hecho pedazos. De la dictadura a la democracia a los estallidos del 2001, ahí estaban: poniendo palabras donde no entraban los discursos, encendiendo hogueras en medio de la intemperie. Nadie salió indemne de un pogo ricotero: o te abrazaba o te expulsaba. Pero esa honestidad feroz es la que los convirtió en mito.
Y hoy, en pleno Conurbano, ese mito se vuelve cuerpo otra vez. No es nostalgia, es la confirmación de que seguimos necesitándolos. Porque cada vez que suenan, aunque sea en un teatro armado de recuerdos, lo que aparece es esa comunión imposible de explicar: la certeza de que la cultura también es barricada, que el rock puede ser refugio y arma a la vez.
Los Redondos son herida y cicatriz, sombra y fogonazo. Y lo que pasa en Temperley es simple y contundente: todavía arden. Y mientras ardan, seguimos vivos.
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